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Ramón Cotarelo
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Ayer fue la Guardia Civil; hoy, una reprimenda epistolar de Felipe
González. El nacionalismo español está en pie de guerra. Y en
El País, que le cede
su articulo editorial,
es decir, hace suya la opinión de González, y este habla por el
periódico. No es menudo privilegio. Se entiende, sin embargo. Hace ya
unas fechas que, habiendo comprendido por fin el calado de lo que llama
con flema anglosajona
el desafío soberanista, el cuarto de
máquinas del diario de Prisa echa humo. Ha puesto a trabajar a sus
plumillas más o menos cultos y los muñidores de ideología en defensa de
la unidad de la Patria. Si su autoconciencia legitimadora lo pinta como
el diario de la transición y el que se enfrentó al golpe de 1981 en
nombre de la Constitución, su idea del momento es erigirse en paladín de
la unidad de España y nuevo salvador de la Patria.
El editorial firmado por González viene a ser como un artículo de fondo.
Aunque de poco fondo. Como pieza literaria es insignificante y como
documento resulta bastante ramplón. Ocasión tan distinguida hubiera
necesitado algo más de estilo y mayor densidad de contenido. No tendría
por qué ser un nuevo Discurso a la nación española o Yo acuso u Oigo Patria tu aflicción,
pero debiera tener algo que permitiera recordarlo. En vez de eso, la
epístola que González dirige a los catalanes, a diferencia de las que
San Pedro o San Pablo dirigían a distintos destinatarios colectivos,
reproduce el contenido adocenado de las habituales admoniciones del
nacionalismo español de más rancia estirpe vestido con las galas del
"éxito" de la segunda restauración. Tengo la impresión de que el Rey le
ha pedido que se dirija a los españoles en defensa del statu quo -y la
Corona, por ende- y le ha dado la plantilla del discurso español
tradicionalista, una triada que incluye: a) jeremiadas, b) malos
augurios; c) amenazas.
Las jeremiadas.