sábado, 12 de septiembre de 2015
Ya
no hay duda de que la Diada de la independencia ha sido un éxito. Da
igual si fueron 1,4 millones, como dice la guardia urbana o dos
millones, según anunció el presidente de la ANC. En todo caso un gentío,
de todas clases, condiciones, edades y sexos. Una movilización social
histórica muy vistosa, bien organizada, con colaboración permanente de
una ciudadanía ilusionada. Se planteó desde el principio como un
espectáculo de masas que cautivara por su agilidad, la sincronización de
movimientos, la armonía de colores y todo ello, compuesto por un
montaje de varias cámaras que dan, en efecto, un espectáculo de calidad.
Los vídeos que circulan por las redes, las imágenes que reproducen los
medios extranjeros, a la par que captan la atención de públicos muy
diversos, son los mejores embajadores para difundir por el mundo la
reivindicación nacional catalana de la independencia. Y transmiten el
mensaje de una movilización popular, democrática, cívica, que aúna los
movimientos sociales con la dirección institucional.
Se trata de la movilización popular de carácter reividicativo más
importante en el Estado español precisamente para separarse de él y en
petición de uno propio. Es llamativa la obstinación de la izquierda por
ignorarlo. El argumento de que la propuesta independentista engloba
asimismo a las fuerzas de la derecha no tiene gran valor por cuanto se
trata de una reividicación nacional. En este asunto de la nación,
la izquierda española muestra una notable torpeza. Se opone al
nacionalismo catalán pero, como no puede hacerlo en nombre del
nacionalismo español, que dice no profesar, tiene que recurrir a esta
insistencia en el factor social que nadie niega. Y menos que nadie la
izquierda nacionalista catalana parte de la cual, ERC, está aliada con
la derecha precisamente por el factor nacional.
Ciertamente, los nacionalismos son todos iguales, pero el que lucha por
emerger, por afirmarse y constituirse en Estado es de valor distinto al
que lucha por mntener su propio Estado y dominar a través de él otras
naciones. Y esa diferencia debiera estar clara para la izquierda. Así
también la entienden los medios extranjeros, que se han hecho eco de la
movilización, pero no los españoles. La Diada prácticamente no existió
para las talevisiones españolas y solo TV3 la dio por entero. Las
portadas de los periódicos, cerradamente hostiles, con algún probable
delirio a cuenta de La Razón, pura prensa de partido a veces más papista que el Papa.
El mundo político remacha la ignorancia. La izquierda española no
pareció darse por aludida y la derecha se cerró en ese juicio de que se
trató de un acto electoral, previo a esas elecciones del 27. Desde
luego, la Diada ha coincidido con el primer día de campaña electoral, lo
cual ha servido para que la derecha y parte de la izquierda se
desmarquen alegando que el acto no representa a todos los catalanes pero no se entiende bien por qué no. Que el conjunto haya estado organizado por Ara es l'hora,
suma de la ANC y Ómnium Cultural no quiere decir que las demás opciones
no puedan sumarse o, incluso, hacer sus aportaciones. Luego, que cada
cual coree las consignas que le venga en gana
En todo caso, estas objeciones remiten a la decisión del próximo 27
en la cual ya no se discute el triunfo del sí a la independencia, sino
su magnitud y, sobre todo, su naturaleza a la hora de justificar la
opción de la DUI, si con mayoría de votos o de escaños, un asunto del
que también nos ocupábamos ayer en El precio de los errores.
Centrar el debate en este asunto revela que, en efecto, como nos
maliciábamos, los resultados de los sondeos, en realidad, son mucho
peores de lo augurado para el nacionalismo español. En intención directa
de voto, antes de la cocina del CIS, los escaños posibles del bloque
independentista son 83 (72 de JxS y 11 de la CUP) mientras que el
porcentaje de votos puede escalar hasta el 53% en cuyo caso el debate
sobre escaños/votos es superfluo.
Esta situación explica en gran medida por qué contrasta tanto la
manifestación masiva de la voluntad popular rivindicativa y el tumulto y
desconcierto que se oberva en el campo del nacionalismo español. Luego
de diversos exabruptos los últimos días, desde el proyecto de reforma
exprés del Tribunal Cosntitucional hasta las declaraciones del ministro
Morenés, el gobierno comienza a pelearse entre sí. Con escaso sentido de
la oportunidad el ministro de Exteriores propugna una reforma
constitucional para dar satisfacción a las peticiones catalanas. Aparte
de que tiene su guasa que la propuesta venga del titular de Asuntos
Exteriores, ha despertado el enojo místico nacional del ministro de
Interior que se niega a cambiar una coma del texto constitucional, como
si fuera la palabra divina
En este batiburrillo, el lector disculpará si Palinuro vuelve sobre una
vieja querencia. Basta con recordar cómo, a raíz de la Diada de 2012, en
que ya se barruntaba la magnitud de la tormenta catalana, el presidente
Rajoy se despachaba con su habitual irresponsabilidad, calificando el
movimiento de algarabía. Desde entonces acá, la algarabía
ha ido ganando cuerpo y hoy es un movimiento social cívico, masivo,
organizado que pone en jaque la continuidad del Estado español, de cuya
estabilidad lo responsabilizaron los ciudadanos, con bastante poco
juicio, como puede verse. Porque no es solamente que Rajoy haya
fracasado al poner coto a un movimiento que lo cuestiona y, por encima
de él, el Estado que defiende, sino que lo ha agravado. Hemos pasado del
vacuo "España es una gran nación" a España no es.
A la vista de la Diada, Rajoy debiera presentar su dimisión al Rey. Pero
como sea que la Diada preanuncia ya la victoria del bloque secesionista
en las elecciones del 27 para constituir una República catalana,
empieza a estar puesto en razón que el Rey abdique o, cuando menos, pida
un referéndum sobre la Monarquía, que también debió celebrarse hace
cuarenta años.
La independencia catalana es la primera piedra en la construcción de una república española.
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