miércoles, 3 de mayo de 2017
Per Ramón Cotarelo
Mi artículo de hoy en elMón.cat. Gira
en torno a la última declaración de Puigdemont de insistir en una
oferta de diálogo y negociación para Rajoy, a ver si se puede pactar un
referéndum. Entiendo que es imposible por dos razones:
1ª) porque ni
Rajoy, ni el gobierno, ni el PP están hoy para gobernar ni para negociar
nada. Bastante tienen todos ellos con el horizonte penal que los
aguarda y con sus peripecias procesales;
2ª) por asuntos de
inconmovibles principios que siempre invoca esta derecha y, tratándose
de los catalanes, con el apoyo entusiasta de la sedicente izquierda. De
referéndum, ni hablar, porque España se rige por una Constitución que no
lo permite y no hay más que hablar. Es absurdo (aunque hay quien lo
hace porque la paciencia está muy arraigada) debatir con esta gente
acerca de si una interpretación menos jacobina de la Constitución
permitiría hacer el referéndum. En realidad, con lo que llevamos
recorrido, resulta más directo, claro y sencillo decir que esta
Constitución, arrancada con engaños y presiones militares, ya no sirve
al desarrollo normal y democrático de una y sociedad avanzada y debe
cambiarse, quizá mediante una reforma "total" (prevista) o un proceso
constituyente nuevo.
En el ínterín, el independentismo, a pesar de todo, debe seguir ofreciendo diálogo hasta el final.
Y si este gobierno corrupto e inepto se obstina en impedir por la
fuerza el referéndum catalán, quizá no le quede otra vía al Parlament
que la DUI o declaración unilateral de independencia. Sobre ello, el
artículo en versión castellana:
El proceso independentista, con todas sus peripecias, alianzas, sondeos y
tensiones, protagoniza la vida política de Cataluña y en buena medida
en España. En Cataluña por la densidad e intensidad del debate público;
en España por la absoluta ausencia de este. En Cataluña el gobierno y la
oposición luchan denodadamente a favor o en contra de la hoja de ruta
de la Generalitat. Con la diferencia de que, si esta sabe a dónde va y
articula las medidas en ese sentido, la oposición, no sabe qué hacer
porque depende de las decisiones de Madrid y en Madrid no hay nadie.
A estos efectos, Madrid es hoy un espectáculo, cercano al teatro del
absurdo, ahora que El Español repone La cantante calva, de Ionesco. Una
ciénaga o charca de corrupción en donde abundan los batracios, muchos de
ellos dirigentes y altos cargos del partido del gobierno (a su vez
imputado como tal) en connivencia con sus compinches del dinámico sector
empresarial. No son los gestores del Estado, sino sus “captores”, sus
expoliadores.
La política española se debate en los tribunales y se practica en las
cárceles. Aquí no hay programa de gobierno, ni medidas políticas, ni,
probablemente, ideología. Solo hay “sálvese quien pueda”.
La oposición, en sus dos grupos mayoritarios, está más entretenida en
despedazarse mutuamente que en formular una alternativa viable al
gobierno de la derecha. La dejación de funciones es tan patente e
irresponsable que el gobierno confía más en el cainismo de la izquierda
que en el apoyo de su gente para dejar intacta su abusiva legislación de
la Xª legislatura e imponer sus actuales proyectos, cuando se le ocurra
alguno.
En estas circunstancias de vacío político, con referencia a Cataluña,
Madrid es la torre del “no”. “No es no” al referéndum, firme acuerdo del
PP, C’s y el grupo parlamentario del PSOE. Acuerdo firme y único, pues
no va más allá del “no”. Acuerdo de frente nacional que no deja
resquicio alguno al diálogo.
En estas circunstancias, mientras Junqueras habla del referéndum en
Miami, Puigdemont anuncia que hará una nueva oferta de negociación a
Rajoy en vistas a pactarlo. Estas iniciativas catalanas (como la de
acudir a Madrid a explicar en algún foro público la posición de la
Generalitat), son el modo de actuación de Puigdemont, su estilo. Siempre
ha dicho estar dispuesto a la negociación hasta el último minuto. Y así
va cumpliendo. Lo que sucede es que, hasta ahora, solo ha conseguido
dialogar consigo mismo. Es decir, la nueva oferta que se anuncia es el
resultado de una falta de negociación de la anterior que, a su vez,
tampoco se negoció, etc.
Puede parecer inútil mantener abierta la vía del diálogo y la
negociación hasta el final frente a alguien que no los acepta porque
parte de la negación de aquello que se trata de negociar. Puede
parecerlo, pero no lo es. El independentismo está muy interesado en
demostrar que la independencia no es solamente el objetivo que desea
sino también la única salida posible en una situación de bloqueo. La
diferencia es sutil, pero no trivial. Habrá un referéndum, bajo la forma
que sea y, en ese momento, lo que cuenta son los votos, en especial los
de aquellos, convencidos ahora de que el Estado no deja más salida que
la opción entre la sumisión y la independencia.
Ese es el objetivo de mantener abierta a toda costa la vía del diálogo y
la negociación: legitimar el “sí” a la independencia por la vía del
bien mayor y el mal menor al tiempo. De ahí también que, además de
insistir en la vía de la negociación, Puigdemont intente pactar con Els
Comuns la cuestión del referéndum.
Dialogar hasta el final es el deber de todo gobierno prudente. Si, no
obstante, el de la Generalitat no consiguiera cumplir el mandato del
Parlamento, será este quien habrá de tomar la correspondiente decisión
en el orden que juzgue oportuno.
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