La investigación judicial sobre el extesorero del partido, sus apuntes contables manuscritos y los 22 millones de Suiza se combinan con efectos devastadores
Los secretos de Luis Bárcenas Gutiérrez, manuscritos en 14 hojas de un cuaderno cuadriculado en el que registró durante 18 años como gerente y tesorero algunos episodios contables de la vida del partido, han puesto en una situación dificilísima al PP, el partido que gobierna España y tiene el poder de la mayoría de las autonomías y ayuntamientos en uno de los momentos más delicados para el futuro del país.
Mariano Rajoy, presidente del PP, y todos los dirigentes destacados que ha tenido el partido desde 1990, cuando José María Aznar sucedió a Manuel Fraga al frente de la formación, son ahora víctimas de los apuntes de Bárcenas, que han dejado un reguero de sospechas —pagos ilegales, donaciones no permitidas por la norma de financiación de partidos políticos, relaciones con empresarios imputados por corrupción— sobre las distintas cúpulas del PP.
En privado, los dirigentes se defienden contra el hombre que controlaba sus cuentas: “Bárcenas es un impostor que ha robado al partido durante todo este tiempo”. En público, prefieren poner en duda la contabilidad paralela del extesorero, atacar a EL PAÍS por publicar la información y no lanzarse directamente contra Bárcenas, aún un hombre muy peligroso. De hecho, el propio Rajoy no dijo ayer ni una mala palabra sobre él.
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La Justicia envolvió a Bárcenas en una tela de araña en la que lleva atrapado casi cuatro años. Por culpa de unas siglas —“L.B.”— que se repetían en los documentos de la caja B incautados a la trama empresarial corrupta de Francisco Correa, el entonces tesorero del PP vivía una pesadilla de la que no podía salir.
Pese a tener en el PP un sueldo a prueba de corrupciones —más de 200.000 euros al año— Bárcenas fue un hombre de negocios demasiado inquieto y eso, a la postre, complicaría sus problemas con la justicia. Cuando los jueces empezaron a investigar en las cuentas personales de Bárcenas, el caso Gürtel dejó de ser el principal problema del tesorero.
Le descubrieron una operación extraña con un banco, al que pidió 330.000 euros en billetes de 500 un día que devolvió dos semanas después con el mismo sistema. Cuando le preguntaron, Bárcenas contó que era para comprar dos cuadros que vendería inmediatamente, en una oportunidad de hacer dinero de manera rápida.
El mundo del arte le dio algunos sustos más. En plena investigación, la policía descubrió otra operación bancaria sospechosa. En 2006, la esposa de Bárcenas ingresó un buen día en una sucursal de Caja Madrid 500.000 euros en billetes de 500. La Agencia Tributaria le abrió un expediente por delito fiscal. Y el extesorero explicó una extraña operación comercial por la que su mujer compró unos cuadros en 1987 que vendió en 2006 con un beneficio de medio millón de euros. Nadie le creyó.
En su última comparecencia ante el juez Pablo Ruz, del verano pasado, para dar cuenta de esta operación, gritaba desconsolado: “¡Pero señoría, esto no tiene nada que ver con Gürtel!”.
Fue el penúltimo escalón de su calvario. Cuando llegó la Navidad de 2012, Bárcenas supo que ya estaba condenado. La Audiencia Nacional había recibido una información relevante sobre las cuentas del extesorero en un banco suizo. Las cifras iban a elevar la intensidad del escándalo hasta cotas insoportables. Bárcenas llegó a acumular 22 millones de euros en esa cuenta.
El tictac de la bomba de relojería que Bárcenas transportaba desde que fue imputado por el Supremo sonaba ya muy cerca de Génova 13, la sede nacional del PP a la que fue un día de julio de 2009 el extesorero para sacar de allí nueve cajas con documentación explosiva.
Todo empezó allí. Rajoy, que siempre tuvo buena relación con Bárcenas, ha logrado instalar la imagen de que él es un hombre ajeno por completo a estos asuntos, que no le preocupan, que está en otras cosas. Sin embargo, en estos cuatro años, todos los que le conocen coinciden en que el presidente ha seguido al detalle el caso, ha hablado en múltiples ocasiones con el extesorero, le ha seguido la pista, ha intentado por todos los medios frenar la bomba que sabía que era.
Tanto que ni siquiera le pidió nunca la dimisión, aunque sí dejaba a los suyos que maniobraran para acorralarle. “Tú me nombraste, tú me puedes destituir. Si he perdido tu confianza me voy, pero no quiero que nadie me envíe señales de tu parte”, le llegó a decir Bárcenas a Rajoy en tono desafiante en julio de 2009 en una reunión en su despacho. Rajoy le dijo que él no pensaba pedirle su dimisión, que eso era un asunto personal.
El extesorero siempre logró, con esta actitud, un trato exquisito en el PP. Le pagaron el abogado —hasta que EL PAÍS lo publicó y se lo dejaron de pagar— le mantenían el coche oficial, le dejaron que usara un despacho, permitieron que su secretaria de siempre siguiera llamando en su nombre desde la calle Génova… Todo con el objetivo de tratar de controlar a una bomba de relojería que, según se temían, controlaba información muy delicada de los últimos 20 años del PP. Y además conservaba muy buenos amigos en Génova 13.
Mucha gente en el PP sabía que la bomba Bárcenas podía volver. Por eso los dirigentes sintieron escalofríos al conocer la noticia de los 22 millones en Suiza y recordaron entonces el verano de 2011, cuando vieron a Bárcenas —que seguía imputado en el caso Gürtel— soltando zarpazos como si se tratara de un león acorralado. Durante aquellos meses, el extesorero se había distanciado mucho del PP, aunque seguía conservando el despacho en Génova y utilizaba a la secretaria, e intentaba escapar del procedimiento judicial abierto contra él.
Durante aquellos meses, Bárcenas contaba con desconsuelo cómo Federico Trillo —el responsable del área jurídica del partido— había establecido una estrategia errónea para defender a los acusados del PP en el caso Gürtel. El extesorero se lamentaba del trato desigual que habían dado en su partido a los distintos imputados. Bárcenas insinuaba que dar la espalda al hombre que guardaba todos los secretos del partido, él mismo, era una temeridad. Y aseguraba que los principales dirigentes de su partido llevaban años cobrando en concepto de gastos de representación unas cantidades que la ley no amparaba. Él lo sabía, decía, porque los pagaba y porque tenía documentación que lo acreditaba.
En esos meses, Luis Bárcenas puso en circulación toda su rabia. En la cúpula, donde siempre se seguían sus movimientos, y en especial en el despacho de Rajoy, siempre atento a los pasos de su peor pesadilla, conocían esas acusaciones que iba moviendo por Madrid el tesorero. Y empezaron a diseñar una estrategia por si sacaba sus famosos papeles. “La libretita esa con la que va amenazando Bárcenas por todo Madrid es falsa, la ha escrito él para tener una defensa, pero puede escribir lo que quiera, es mentira, no ha habido sobresueldos”, decían entonces, y han recuperado ahora, algunos dirigentes.
En público no se utiliza aún ese argumento, y el PP ha optado por no ir contra Bárcenas sino contra los propios papeles, desautorizándolos. Aún sigue habiendo temor a enfadar al extesorero. Pero en privado sí se apuesta abiertamente por la tesis de que se los ha inventado. ¿Y por qué hay partidas reales como la de Pío García Escudero? Porque ha hecho un invento muy elaborado, señalan estos dirigentes. Aunque otros, sobre todo regionales, están muy inquietos y señalan que no basta con desautorizar los papeles, hay que explicarlos bien porque son un documento importante. Ni siquiera en privado nadie dice creer que realmente Rajoy haya cobrado esos sobres, pero reclaman explicaciones detalladas de los papeles.
Los que vieron entonces a Bárcenas, a pesar de todos sus problemas, aseguran que estaba tranquilo. Que seguía viajando y viviendo a un altísimo nivel, como siempre. Que contaba sus frecuentes hazañas deportivas en expediciones carísimas. Y que constantemente realizaba viajes a Argentina de los que no daba muchos detalles.
Bárcenas presumía entonces ante los suyos de que tenía controlado al juez Antonio Pedreira. De hecho, el extesorero, un fanfarrón incapaz de admitir una debilidad, siempre dijo a los suyos que si había dimitido como senador en 2010, después de un año y medio de escándalo y tras la publicación completa del sumario, no era por la presión del PP, como se decía, sino porque le interesaba mucho que el asunto saliera del Tribunal Supremo, donde estaba precisamente por su condición de senador, y volviera al juez Pedreira. “Él me levantará la imputación”, presumía. Los que le escuchaban no le creían mucho porque siempre vieron que incluso en los peores momentos él veía las cosas demasiado de color de rosa.
Pero esa desimputación finalmente llegó. Pedreira decidió archivarla al no encontrar indicios suficientes en la causa. Entonces Bárcenas calmó su ira, aparcó sus insinuaciones y durante un tiempo pudo vivir en paz. Y de su “libretita”, como la llamaban en el PP, no se supo nada más durante bastante tiempo.
El PP ganó las elecciones generales por mayoría absoluta, y el extesorero, un hombre acostumbrado a pertenecer a la cúpula del poder, a comer y cenar con personas clave del mundo empresarial y político, confiaba en que con la llegada de “los suyos” al poder, las cosas seguirían mejorando. Pero no sucedió.
A Bárcenas se le complicó su causa. El recurso de la fiscalía contra el archivo decidido por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid prosperó en la Audiencia Nacional y sobre Bárcenas volvió a precipitarse una investigación judicial que escarbaba en sus secretos personales mejor guardados. Él se quejó, incluso llegó a tener una tensa conversación con el juez delante de todas las defensas y acusaciones. Denunció en una de sus declaraciones una conspiración sectaria de todos los poderes del Estado para perseguirle injustamente. Esos poderes del Estado y sus responsables saben de lo que es capaz Bárcenas, pero la maquinaria de la Justicia no se puede detener.
La cuenta suiza de Bárcenas fue como la ficha de dominó que cae derribando a otras hasta acabar con todo lo que está en pie. El extesorero, ahora sí acorralado por las pruebas, se defiende como puede: habla de otros socios en esa cuenta suiza que en realidad es un fondo de inversiones de varios y en el partido tiemblan solo de pensar que puede haber otros dirigentes en el negocio de Bárcenas. Este defiende sus ahorros con una regularización fiscal que se acoge a la medida más impopular del Gobierno de Rajoy, y el escándalo crece. El ministro Cristóbal Montoro asegura que Bárcenas no se ha acogido a la amnistía y sus abogados le desmienten. El PSOE pide la dimisión de Montoro, mientras la tensión en el PP se dispara.
El Mundo publica, sin aportar documentación, que esos sobresueldos de los que Bárcenas había hablado en 2011 existieron y fueron sistemáticos, aunque dice que no los cobraron ni Rajoy ni Cospedal. Y el PP entra en estado de pánico. EL PAÍS publica, aún sin documentos, que esa práctica de las entregas comenzó con José María Aznar de presidente. Rajoy convoca entonces un Comité Ejecutivo e intenta calmar las aguas anunciando una investigación interna dirigida por la actual tesorera, Carmen Navarro.
Muchos en el PP confiaban aún en esos días que los papeles de Bárcenas, de los que casi toda la cúpula ha oído hablar, no saldrían nunca a la luz. La tensión es máxima ante la posibilidad de que aparezcan, pero Rajoy aún confía en que no suceda nunca. Finalmente, EL PAÍS, después de haber hablado con los dirigentes clave y efectuado todas las comprobaciones sobre su autenticidad, publica esos papeles, que contienen los nombres clave del PP de los últimos 20 años, y sobre todo el principal, en varias fórmulas, Mariano Rajoy, M.Rajoy, Mariano Raj o M.R.
Es el presidente del partido y del Gobierno, y la moral del PP se hunde por completo al leer ese nombre en los papeles manuscritos del que fue la persona de máxima confianza del partido, porque llevaba su dinero, durante 20 años.
El partido despliega una estrategia de defensa: negarlo todo y lanzar la teoría de la conspiración: vienen a por nosotros precisamente ahora que “empezamos a remontar”, dice Dolores de Cospedal. Pero sirve de bien poco. El desánimo en el Gobierno, en el PP, en los dirigentes regionales, en los cuadros intermedios, en la militancia, en los votantes y la indignación en buena parte de la ciudadanía parece imparable.
El cóctel de los escándalos de corrupción en un país asolado por el paro y un empobrecimiento generalizado es demoledor para el Gobierno. “Esto se une a lo de Urdangarin, si sigue así nos van a echar a gorrazos”, resume un miembro de la cúpula. “Si sale una encuesta ahora, perdemos la mitad de los votos”, se preocupa otro.
La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, niega una posible inestabilidad del Gobierno y promete medidas de regeneración, transparencia y fortalecimiento de las instituciones. Pero nada despeja la sensación de crisis de fondo y en medio se reaviva un escándalo de Gürtel de 2009: los pagos de viajes y cumpleaños por parte de la red a Jesús Sepúlveda, entonces alcalde de Pozuelo, y a su exmujer, Ana Mato, hoy ministra de Sanidad. Sepúlveda desvincula a Mato del asunto pero las redes sociales estallan con los detalles.
Rajoy decide aguantar, insiste en que todo es absolutamente falso, ofrece mayor transparencia dando a conocer sus datos fiscales y confía en que el tiempo calme las aguas. Es lo que siempre le ha sucedido, es lo que le dicta su experiencia: el que aguanta, gana. El caso Gürtel, de hecho, no tuvo ninguna incidencia electoral y hasta Francisco Camps ganó por mayoría absoluta en pleno escándalo por los trajes regalados por la trama.
Algunos en el PP dicen “esta vez es distinto”. Rajoy en privado insiste en que va a dar esta batalla y la va a ganar, como ha hecho siempre. Cree que si resiste este segundo año durísimo, cuando la realidad económica empiece a mejorar, en 2014 según sus previsiones, todo se irá olvidando poco a poco. El tiempo, su histórico aliado, tiene la respuesta.
http://politica.elpais.com/politica/2013/02/02/actualidad/1359839633_590280.html
sorero, atacar a EL PAÍS por publicar la información y no lanzarse directamente contra Bárcenas, aún un hombre muy peligroso. De hecho, el propio Rajoy no dijo ayer ni una mala palabra sobre él.
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