Guindos, en medio de Juncker y el ministro italiano de Economía. / GEORGES GOBET (AFP)
Nadie recuerda un invierno tan frío como este: España, prácticamente
desaparecida del organigrama económico de la UE, no se resiste a quedar
sumida en la irrelevancia y ayer dio un golpe encima de la mesa. Es el
segundo en solo dos meses y el resultado ha sido el mismo: ninguno.
Entonces fue el intento de bloqueo del luxemburgués Yves Mersch como
nuevo miembro del consejo de gobierno del Banco Central Europeo (BCE).
Ayer, el nombramiento del holandés Jeroen Dijsselbloem al frente del Eurogrupo, el organismo que reúne a los 17 ministros de Economía de la zona euro.
En su negativa a apoyar a Dijsselbloem como sustituto de Jean-Claude Juncker, España --la cuarta economía de Europa-- se quedó sola otra vez en una decisión sin precedentes: el presidente del Eurogrupo siempre ha sido elegido por unanimidad. Mientras sus 16 colegas decían sí, Luis de Guindos prefirió abstenerse a modo de protesta. Su silencio sirvió una vez más para mostrar a las claras el descontento del Gobierno con el reparto de puestos de responsabilidad desde que en mayo del año pasado José Manuel González-Páramo perdiera su puesto en el consejo del BCE. El ministro español abandonó la reunión pasadas las diez de la noche sin hacer declaraciones. Dijsselbloem dijo en una rueda de prensa posterior, que ni el propio Guindos le había explicado los motivos de la abstención española. Juncker se limitó a afirmar, no sin cierta ironía, que la abstención de España "no tiene consecuencias dramáticas".
Esta mañana, sin embargo, Guindos sí se ha parado ante la prensa para justificar su rechazo. “Lo que ha hecho España, como ocurrió con el consejero del Banco Central Europeo (BCE) ha sido no votar, no apoyar el nombramiento del presidente del Eurogrupo” en señal de protesta porque, añadió, España "está infrarepresentada en las instituciones comunitarias". Sobre Dijsselbloem, el ministro explicó que le parece "una persona correcta” y ha garantizado que “una vez que está elegido, España, como no podía ser de otra forma, va a cooperar de forma próxima y absoluta porque estamos todos en el mismo barco".
La debilidad de España tras la explosión de una de las mayores burbujas del Atlántico Norte y el posterior rescate financiero, y aspectos colaterales como los continuos casos de corrupción, explican parcialmente esa invisibilidad en los lugares donde de veras se cuecen las cosas importantes. Pero lo más preocupante es la sensación de aislamiento en todo este proceso: pese a su oposición inicial, España no ha encontrado en Francia un aliado para hacer frente común frente a los deseos de Berlín y el club de la triple A, los países que conservan el máximo grado de solvencia en plena crisis del euro, liderados por Alemania.
Ese Norte contra Sur es reduccionista y puede sonar caricaturesco, pero los últimos nombramientos son inapelables: un alemán (Klaus Regling) en el mecanismo permanente de rescate, y un luxemburgués (Yves Mersch) levantándole la silla a España en el BCE. Danièle Nouy, alta y veterana funcionaria del Banco de Francia, se perfila como la futura presidenta del supervisor único europeo —el órgano que vigilará todas las entidades sistémicas—; de ahí que París evite ahora levantar la voz.
Tras amagar con presentarse, el francés Pierre Moscovici se limitó ayer a reclamar que el candidato de consenso exponga su programa antes de ser nombrado. “Juncker encarnó una presidencia del Eurogrupo equilibrada” entre los partidarios de la austeridad y los del estímulo para el crecimiento; “espero que Dijsselbloem esté a la altura de su herencia”, dijo Moscovici, confiado en que encuentre un punto medio “entre la visión alemana y la francesa”. El holandés tiene, sobre el papel, credenciales para ello: viene de uno de los países más ortodoxos con las finanzas públicas, pero es socialdemócrata.
Frente a las mínimas advertencias de Moscovici, su colega alemán, Wolfgang Schäuble, cerró filas a favor del holandés —“será un buen presidente”— aunque dejó un aviso a navegantes: “No creo que quien esté al frente del Eurogrupo tenga que dar directrices políticas”, dijo tras las declaraciones de Juncker sobre los problemas asociados al diktat alemán en la eurozona. El español Luis de Guindos fue el más crítico. Antes de abstenerse en la votación, había dicho que España “no tiene ninguna posición predeterminada”. “Es un puesto importante, que tiene que representar a todos sus miembros”, dijo. La jugada de Guindos es arriesgada. España confía en obtener algún beneficio futuro. Después de perder la silla en el BCE para al menos cinco años, el premio de consolación puede ser un cargo relevante en el supervisor bancario único. Ni siqueira eso está asegurado. El peligro es que los socios europeos se acostumbren a que Madrid les eche un órdago sin ninguna posibilidad de ganarlo.
En su negativa a apoyar a Dijsselbloem como sustituto de Jean-Claude Juncker, España --la cuarta economía de Europa-- se quedó sola otra vez en una decisión sin precedentes: el presidente del Eurogrupo siempre ha sido elegido por unanimidad. Mientras sus 16 colegas decían sí, Luis de Guindos prefirió abstenerse a modo de protesta. Su silencio sirvió una vez más para mostrar a las claras el descontento del Gobierno con el reparto de puestos de responsabilidad desde que en mayo del año pasado José Manuel González-Páramo perdiera su puesto en el consejo del BCE. El ministro español abandonó la reunión pasadas las diez de la noche sin hacer declaraciones. Dijsselbloem dijo en una rueda de prensa posterior, que ni el propio Guindos le había explicado los motivos de la abstención española. Juncker se limitó a afirmar, no sin cierta ironía, que la abstención de España "no tiene consecuencias dramáticas".
Esta mañana, sin embargo, Guindos sí se ha parado ante la prensa para justificar su rechazo. “Lo que ha hecho España, como ocurrió con el consejero del Banco Central Europeo (BCE) ha sido no votar, no apoyar el nombramiento del presidente del Eurogrupo” en señal de protesta porque, añadió, España "está infrarepresentada en las instituciones comunitarias". Sobre Dijsselbloem, el ministro explicó que le parece "una persona correcta” y ha garantizado que “una vez que está elegido, España, como no podía ser de otra forma, va a cooperar de forma próxima y absoluta porque estamos todos en el mismo barco".
La debilidad de España tras la explosión de una de las mayores burbujas del Atlántico Norte y el posterior rescate financiero, y aspectos colaterales como los continuos casos de corrupción, explican parcialmente esa invisibilidad en los lugares donde de veras se cuecen las cosas importantes. Pero lo más preocupante es la sensación de aislamiento en todo este proceso: pese a su oposición inicial, España no ha encontrado en Francia un aliado para hacer frente común frente a los deseos de Berlín y el club de la triple A, los países que conservan el máximo grado de solvencia en plena crisis del euro, liderados por Alemania.
Ese Norte contra Sur es reduccionista y puede sonar caricaturesco, pero los últimos nombramientos son inapelables: un alemán (Klaus Regling) en el mecanismo permanente de rescate, y un luxemburgués (Yves Mersch) levantándole la silla a España en el BCE. Danièle Nouy, alta y veterana funcionaria del Banco de Francia, se perfila como la futura presidenta del supervisor único europeo —el órgano que vigilará todas las entidades sistémicas—; de ahí que París evite ahora levantar la voz.
Tras amagar con presentarse, el francés Pierre Moscovici se limitó ayer a reclamar que el candidato de consenso exponga su programa antes de ser nombrado. “Juncker encarnó una presidencia del Eurogrupo equilibrada” entre los partidarios de la austeridad y los del estímulo para el crecimiento; “espero que Dijsselbloem esté a la altura de su herencia”, dijo Moscovici, confiado en que encuentre un punto medio “entre la visión alemana y la francesa”. El holandés tiene, sobre el papel, credenciales para ello: viene de uno de los países más ortodoxos con las finanzas públicas, pero es socialdemócrata.
Frente a las mínimas advertencias de Moscovici, su colega alemán, Wolfgang Schäuble, cerró filas a favor del holandés —“será un buen presidente”— aunque dejó un aviso a navegantes: “No creo que quien esté al frente del Eurogrupo tenga que dar directrices políticas”, dijo tras las declaraciones de Juncker sobre los problemas asociados al diktat alemán en la eurozona. El español Luis de Guindos fue el más crítico. Antes de abstenerse en la votación, había dicho que España “no tiene ninguna posición predeterminada”. “Es un puesto importante, que tiene que representar a todos sus miembros”, dijo. La jugada de Guindos es arriesgada. España confía en obtener algún beneficio futuro. Después de perder la silla en el BCE para al menos cinco años, el premio de consolación puede ser un cargo relevante en el supervisor bancario único. Ni siqueira eso está asegurado. El peligro es que los socios europeos se acostumbren a que Madrid les eche un órdago sin ninguna posibilidad de ganarlo.
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