miércoles, 12 de diciembre de 2012
http://elgritodelalechuza.blogspot.com.es/2012/12/escritos-transicionales-y-iii-el.html Chouan Muerto Franco, aprobada la Constitución y formado, por primera vez en la historia de España, el primer gobierno socialista en solitario; concluyó la gran operación de ingeniería jurídico-política conocida por “la transición”, la cual explica por sí sola la conocida frase de Giuseppe Tomaso di Lampedusa: “Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”, y dio comienzo, con algún que otro altibajo, el momento político actual que aún continúa y que en realidad no ha sido nada más que un “Hispanorum Modus Vivendi” entre los de arriba y entre los de arriba y los de abajo.
Con el Partido Socialista Obrero
Español en el poder en el año 1982, no solo se derrumba el mito de la
izquierda revolucionaria de una forma nítida y sin paliativos, sino que
no son pocos los adinerados aristócratas de recio abolengo y los
burgueses capitalistas que, al amparo de “el puño y la rosa”, hacen
excelentes negocios y multiplican sus riquezas. Son los años ochenta del
siglo pasado, España acaba de entrar en la Organización del Tratado del
Atlántico Norte (OTAN) y en la entonces Comunidad Económica Europea
(antes Mercado Común y después Unión Europea), los precios experimentan
su primera subida espectacular de la noche a la mañana a consecuencia de
la implantación del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) que grava el
consumo y se inician las primeras grandes inversiones públicas y
privadas en infraestructuras en las que se invierten los ingentes
“fondos de cohesión” que nos da Europa a cambio de acabar con el sector
agropecuario español y con la infraestructura industrial existente. Son
los años en qué criticar la entrada de España en la CEE estaba
generalmente mal vista por todos, especialmente por los españolitos de a
pié.
Desde 1982 hasta el año 2008
aproximadamente, España percibe numerosas ayudas económicas de la Unión
Europea, pero esas ayudas, en principio generosas en extremo, no son
gratuitas sino que se deben a unas contraprestaciones exageradas y
desproporcionadas que nuestro país hace a Europa como son limitar la
producción agropecuaria, vender las industrias del sector público y
eliminar todo sector industrial, como el naval o el siderometalúrgico,
que pudiera hacer la más mínima competencia a la industria Francesa o
Alemana.
Por otra parte esas ayudas o
“fondos de cohesión”debían de emplearse en construcción de
infraestructuras de comunicación haciéndose numerosas autovías,
autopistas, redes ferroviarias de alta velocidad y mejorándose puertos
navales, aeropuertos etc.… A esas obras públicas que se estaban
realizando en nuestro país se añaden a mediados de los años noventa del
siglo XX el afán urbanizador que hace que se emprenda la construcción de
numerosas urbanizaciones de lujo, Resort, complejos hoteleros y
viviendas de toda clase destinadas no tanto a la venta en el mercado
interior como a satisfacer el mercado turístico y el deseo de sol, playa
y servicios sociales de numerosos europeos de “clase media” (1) que
venían a disfrutar de su jubilación a nuestro país donde además se
encontraban con la mejor sanidad de Europa.
La construcción de todas estas
infraestructuras y el boom inmobiliario contribuyeron a crear numerosos
puestos de trabajo y a que el desempleo llegara, en el año 2007, a su
cota más baja desde 1978 a la vez que el estado se enriquecía a través
de todo tipo de impuestos, especialmente del IRPF, IVA y Transmisiones
Patrimoniales; es decir se llegó a una situación de aparente riqueza y
bien digo “aparente” porque la verdadera riqueza es aquella que se puede
sostener indefinidamente en el tiempo y no la que se crea o se viene
abajo de la noche a la mañana.
En esta época nadie se percató que se
había destruido todo el tejido productivo del país y que esas ayudas o
fondos se podían dejar de percibir generando, el necesario mantenimiento
de todas esas infraestructuras, en muchos casos faraónicas; un gasto
constante al estado que este no podría afrontar sin incrementar el
endeudamiento y el déficit público, sin subir los impuestos y sin cobrar
o recortar determinados servicios públicos. Por otra parte esta era la
época en la que un simple peón, sin más estudios que la Enseñanza
Obligatoria, ganaba más que un doctor en filosofía y en la que los
ciudadanos se hipotecaban alegremente a cuarenta y cincuenta años vista
sin ser conscientes que, por las diversas modificaciones normativas en
materia laboral, nadie tenía el puesto de trabajo asegurado más allá de
cinco o seis años como mucho.
Esta era la época en que criticar la
construcción de tanto Resort y de tanta infraestructura estaba mal
vista, era también la época en la que los escándalos de corrupción
política surgían públicamente pero lejos de ser contestados en las urnas
eran incluso recompensados por los votantes y finalmente era la época
en la que quien decía que “se estaban asumiendo riesgos económicos
peligrosos e innecesarios” era catalogado de pájaro de mal agüero.
Y es que el régimen político nacido de la Transición y
organizado jurídicamente conforme a la Constitución de 1978 culminó en
la creación de un simple “Hispanorum Modus Vivendi” consistente en lo
siguiente:
Los políticos, convertidos en casta,
mantenían muy cordiales relaciones entre si amparándose en numerosos
casos entre ellos y estando totalmente de acuerdo en los temas llamados
de “estado” y que consistían en favorecer la gobernabilidad y la
estabilidad del régimen, es decir el sostenimiento del mismo, así como
en apoyarse en los temas de política exterior que, a la postre, lo que
implicaban realmente era perdida de soberanía y desmantelamiento
productivo del país. Por su parte las Instituciones del Estado, actuando
como verdaderos “estómagos agradecidos”, dotaban de legalidad, aparente
transparencia y credibilidad democrática a los actos de gobierno y
aplicaban sin crítica ni conciencia las leyes, tratados y demás
estipulaciones emanadas del poder legislativo que a su vez se limitaba a
asentir ante las proposiciones de ley del ejecutivo el cual, por
cierto, no era ajeno ni diferente a la mayoría parlamentaria. De este
modo los políticos se garantizaban la inexistencia de verdaderos ataques
entre ellos y la moderación en todas las críticas de los contrarios
(2).
Por su parte, los gobernantes y
demás políticos tomaban las decisiones de gobierno que estimaban
oportunas, incrementaban lenta y progresivamente la carga impositiva a
los gobernados pero a su vez les permitía ciertas prácticas o
comportamientos disolventes. Así por ejemplo, jamás ha existido ni
voluntad ni medidas socio-legales serias para conseguir que la llamada
“economía sumergida” aflorase, es decir, el gobierno y las instituciones
sabían que gran parte del pueblo español subsistía y conseguía
un“sobresueldo” trampeando, “haciendo chapuzas”, etc… y le dejaban hacer
(al fin y al cabo fue ese “trampeando” lo que evitó una explosión
social en 1994 cuando se llegó a la cifra de tres millones de parados).
Por último, los ciudadanos
españoles vivían con cierta alegría, votaban cada cuatro años a uno u
otro partido, se escandalizaban momentáneamente cuando transcendía a la
prensa, siempre partidaria, un caso de corrupción política o
institucional que al poco tiempo caía en el olvido, se mantenían con una
“lealtad inquebrantable” hacia el “Régimen de libertades que nos habíamos dado todos”
y ni criticaba ni se cuestionaba nada… el ciudadano español estaba
incondicionalmente con el régimen emanado de la transición y con sus
políticos al igual que antes había estado con el régimen franquista y
con sus jerarquías.
El ciudadano español, que
mayoritariamente se declaraba “apolítico”, pero que luego
contradictoriamente participaba masivamente en los procesos electorales,
dejaba hacer libremente a la casta política y demostraba una fe ciega
en ella satanizando o criminalizando toda opinión crítica con lo que
estaba pasando. El ciudadano español, no tenía problemas importantes…
llevaba a sus hijos al colegio sin considerar que los planes de estudios
estaban tan desvirtuados que lo que estaban haciendo era preparar una
generación (o varias) para el fracaso, si le subían los precios
intentaba sacarse un sobresueldo haciendo “chapucillas” que no declaraba
y si le subían los impuestos ocultaba sus ingresos sin ser consciente
de que todo eso se lo dejaban hacer y si conseguía ocultar uno era
porque le estaban sacando veinte por otro lado.
En definitiva… el español
consideraba que vivía bien porque abría el grifo del agua y el agua
salía, porque por fin “éramos europeos” homologados y porque se estaban
construyendo enormes rascacielos que daban un aspecto moderno y europeo a
las ciudades españolas a la vez que podía irse de vacaciones a las
playas valencianas circulando con su coche por una autovía en vez de por
aquella tortuosa carretera nacional de dos carriles.
No obstante, este “Hispanorum
Modus Vivendi”, que en resumen era una manifestación práctica de lo
manifestado cínicamente por Federico El Grande en el Siglo XVIII de que “El pueblo dice lo que quiere, yo hago lo que me da la gana y a eso le llamamos democracia”;
requería para su funcionamiento de tres cosas imprescindibles: Dinero,
dinero y dinero. Mientras hubo dinero, la casta política podía
enriquecerse, rodearse de privilegios, crear sinecuras u observatorios
donde colocar a sus clientes, amigos y parientes, ocultar o maquillar la
situación real de desempleo con convocatorias de empleo público y
permitiendo Expedientes de Regulación de Empleo que terminaban con miles
de prejubilaciones, ser transigente con las liberalidades y malas
prácticas de los de abajo y tener garantizado cierto apoyo social y el
silencio de los contrarios pues “poderoso caballero es don dinero”.
Asimismo mientras hubo dinero los
de abajo no se hacían preguntas ni se cuestionaban de donde salía el
dinero para todo lo que se estaba haciendo ni se preguntaban hacia donde
se encaminaba el país. El pueblo español no tenía fe en Dios porque eso
de Dios es algo irreal o metafísico, no se puede tocar, tampoco podía
tenerla pues toda su fe la tenía depositada en sus políticos sin darse
cuenta que la política en cuanto acto humano jamás puede ser objeto de
fe pues constituye una certeza material comprobable y/o racionalmente
previsible.
Pero un día, el dinero dejó de
fluir y la casta política que no solo no quiere renunciar a sus mas
sibaritas privilegios sino que requiere dinero para seguir callando las
bocas de sus contrarios u oponentes y para seguir creando poltronas
donde los amigos puedan calentarse el trasero empezó a dejar ver lo que
había hecho con el país, o mejor dicho, lo que todos le habían dejado
hacer y empezó a incrementar la carga fiscal sobre los ciudadanos hasta
niveles claramente confiscatorios y a recortar derechos fundamentales
reconocidos en la “sacrosanta” Constitución de 1978 e incluso
preexistentes a la misma. Ante esto, el pueblo español, mayoritariamente
ausente durante cuarenta años empezó a movilizarse y a protestar,
despertó ligera e infantilmente a la cruda realidad, aunque sin grandes
resultados porque no ha asumido aún y tal vez no lo asuma nunca que no
hay más solución que hacer hoy la ruptura que se debió hacer en 1975
exigiendo responsabilidades a los culpables de la desastrosa situación
que hoy padecemos y marginándoles de toda posibilidad de volver a ocupar
puestos de responsabilidad en la sociedad y en el estado.
Hoy el pueblo español sigue sin
ser consciente de que cuando salgamos de esta crisis, y seguro que
saldremos, nada volverá a ser igual que hace tan solo cinco años. Los
derechos que hoy perdamos serán los derechos que jamás conocerán
nuestros bisnietos. Hoy, el pueblo español más que buscar una solución
definitiva al desastre socio-político-económico-moral-existencial en el
que esta sumida España parece coincidir nuevamente, de forma
inconsciente, con la casta política en la intención de recomponer el ya
imposible “Hispanorum Modus Vivendi” antes descrito en vez de asumir la
dirección de su destino dando la espalda a todo lo política e
institucionalmente existente y que le es adverso.
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(1)La clase media europea no es
equivalente a la clase media española. La clase media de centro Europa o
de Europa del Norte en sus países de origen posiblemente están
integrados, a tenor de su poder adquisitivo, en la clase media, media o,
incluso, media baja pero al trasladarse a España con los sueldos o
pensiones que cobran allí obtienen aquí gran poder adquisitivo y se
convierten en clase media alta o incluso clase alta, máxime cuando una
vez domiciliados en España acceden a todos los servicios y prestaciones
que hasta ahora eran gratis para los españoles y que no tenían en sus
países de origen como la sanidad.
(2) Llama poderosamente la atención, y
ahí están las hemerotecas donde se pueden consultar los periódicos, que
un caso de corrupción que afecta a un político en concreto es
rápidamente contrarrestado con otro caso de corrupción que afecta a otro
político de signo contrario. Es como si al aparecer un caso de
corrupción alguien hiciera aparecer otro para hacer entrever que todos
tienen trapos sucios ocultos y que se pueden sacar a la luz y se
pretende usar el caso de corrupción puesto al descubierto.
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