Cristiano Ronaldo es un caso único: siendo uno de los mejores jugadores de la historia, no ha desarrollado un solo atributo moral como futbolista
03.05.12 - 19:42 -
El fútbol produce todo tipo de personajes. Basta con hacer un poco de memoria para constatar que la fauna de entrenadores y jugadores es variadísima. Entre ellos los hay analíticos, vehementes, francos, chulapones, honestos, cavilosos, metódicos, pusilánimes, fatuos, geniales, tímidos, charlatanes, sansirolés, iluminados, cierrabares, taimados, estajanovistas... Podríamos seguir con los adjetivos al estilo de José Mota, pero no es necesario. Todos sabemos que el fútbol es como la vida: hay de todo. Por ello resulta curiosa y emocionante la aparición de un especímen nuevo, de alguien nunca visto hasta la fecha; de alguien como Cristiano Ronaldo dos Santos Aveiro. Hablamos de uno de los grandes futbolistas de todos los tiempos, de un portento goleador al que ya nadie puede discutir su inclusión entre los diez mejores jugadores de la historia. Y hablamos también –y esto es lo llamativo– de uno de los mayores tontos que ha dado este deporte.
Reconozco que estos personajes extraños y únicos me inspiran una gran curiosidad. Cada uno es como es. Yo veo a un tipo levantándose el pantalón y señalando su cuádriceps cuando marca un gol, o le veo que no celebra un gol de su equipo porque no lo ha marcado él, o le veo haciendo pucheros tras una ocasión fallida o provocando a las aficiones rivales con gestos estúpidos o pasando olímpicamente de un rival al que ha pegado un tremendo balonazo en la cara –es más, se diría que el miércoles, tras dejar noqueado a Susaeta, lo que de verdad le molestaba a Cristiano Ronaldo es que el eibarrés tuviera cabeza y que ésta se hubiese interpuesto en el camino sagrado de la pelota– y más que indignación o asco lo que siento es una tremenda curiosidad. Una pregunta me asalta y reconcome: ¿cómo se puede ser tan tonto? Porque la tontería del delantero del Real Madrid está tan trabajada como sus abdominales.
No he encontrado todavía la respuesta. Es evidente que Cristiano Ronaldo tiene razones para el envanecimiento y para sufrir una hipertrofia del ego similar a la de su entrenador y compatriota José Mourinho. Es joven, guapo, multimillonario, famoso, triunfador... De hecho, él mismo ha dicho más de una vez que el mundo le tiene envidia cochina por ello. También es cierto que es un chaval con una educación muy escasa y de una extracción muy humilde. Hace tres años tuve la oportunidad de visitar Funchal y recorrer los paisajes de su infancia. Estuve en la Travessa da Quinta do Falcao, cerca de la iglesia de San Antonio. Era un camino sucio y estrecho donde varios carteles anunciaban una campaña de desratización. La casa de la familia Aveiro había sido derruida, pero me dijeron que había sido como las demás, blanca y pobre, con tejado de uralita y flores en las ventanas. Su padre era alcohólico y murió a los 54 años, su madre limpiaba casas ajenas y tenía un hermano drogadicto. Que un niño con estos condicionantes pierda la cabeza con el éxito, la fama y el dinero entra dentro de lo posible. Se han dado mucho casos. Vamos, que es normal que esta gente sea un poco tonta o pagada de sí misma. Pongámonos cualquiera de nosotros en su piel con veintipocos años.
Lo que resulta verdaderamente llamativo es que, a lo largo de su carrera, desde que comenzó a marcar sus primeros goles en el modesto Andorinha, allá en las alturas humildes de Funchal, Cristiano Ronaldo no haya desarrollado un solo atributo moral como futbolista. Uno ha conocido jugadores muy chulos, pero mataban por sus compañeros y se alegraban de sus goles como si fueran suyos, o tenían gestos de nobleza con sus rivales en mitad de la refriega o al final de los partidos, o fuera del campo cambiaban de registro y, de repente, se convertían en personas educadas y entrañables. Algunos de los códigos más honorables del fútbol, de hecho, han surgido en escenarios de pobreza como los de la infancia de Cristiano Ronaldo o incluso mucho peores. Por lo visto, el delantero madridista no debió enterarse. No estaba en clase cuando daban aquellas lecciones. El problema es que lo suyo ya no tiene solución. Si como futbolista no tiene precio, como tonto, tampoco.